Fulgur conditum

Introducción

El mundo antiguo está repleto de símbolos, tradiciones heredadas, influencias externas, misticismo, ritos y supersticiones. De hecho a día de hoy seguimos reproduciendo muchas de esas manías como evitar pasar bajo una escalera, echar sal a la espalda si se rompe un espejo, levantarnos apoyando un determinado pie e incluso tocar madera ante algo que nos pueda parecer que atrae la mala suerte. No sabemos por qué lo hacemos, pero seguramente lo hemos heredado de comportamientos familiares o sociales convirtiéndolos en un gesto casi natural y generalizado. Por tanto, si hablamos de superstición en la antigüedad, no podemos olvidarnos del mundo romano, más si cabe teniendo en cuenta que a pesar de lo avanzados que se muestran en muchos campos eran profundamente temerosos de sus Dioses y ya no hablemos de manías en cuanto a las supersticiones de índoles dispares que de alguna manera nos producen cierta sensación de ambigüedad.
 

Herencias

 
 
Los romanos no salieron como un salpullido en la colina Palatina, de hecho la realidad es mucho menos romántica que el mito fundacional de Rómulo y su ascensión final a los cielos tras una desaparición repentina entre una nube de niebla. Tiene mucho que ver con la adopción de toda clase de población migrante o sometida a la fuerza venida de las tribus colindantes o de los propios resultados en los conflictos bélicos. Si formo una nueva ciudad, acepto cualquier clase de población si con ello garantizo nuevos ciudadanos y nuevos soldados. Rómulo de hecho fomentó que se adscribieran a la nueva urbe a pesar de que muchos eran auténticos mercenarios. Pero tras la adhesión de ciertos sectores de la población, principalmente etrusca y sabina, los romanos absorvieron gran cantidad de sus ritos, su religión, su arte y sus costumbres. 
Los etruscos habían mantenido un gran intercambio comercial con las polis helenas del sur, por lo que los romanos en segunda instancia también se nutrieron de ese impacto. Así que entre los dioses que todos conocemos como Júpiter, Juno, Minerva, Mercurio, etc. que nos parecen más romanos que el Coliseo aunque no lo sean, se colaron muchos que ahora ni nos suenan remotamente como Summano, Veiove o el dios sabino Sancus. Estas tres deidades formaban parte del panteón arcaico de esas tribus y se afianzaron en Roma hasta el punto que en la colina Capitolina, aún hay vestigios de ese templo de Veiovis del s.II a.C que contenía una estatua del dios sujetando sus rayos de poder, (actualmente es visitable en el Tabulario).
Porque efectivamente el rayo, elemento que atribuímos tradicionalmente a Júpiter/Zeus, también era el arma de Summano, Veiove y Sancus con la diferencia que Summano era el del rayo en los cielos nocturnos, Veoive con una atribución más oscura y finalmente Sancus que era el dios de los juramentos, los tratados y contratos comerciales de donde deriva nuestra palabra "sanción". Sí, todos ellos manejaban el rayo de igual forma que el dios de dioses.
 
Templo de Veiove en el Capitolino CC
 
El rayo por tanto no era un simple resultado ambiental de origen natural, era el castigo impartido por voluntad divina y tan sagrado en sí mismo como el lugar donde caía, afectando por tanto a todo lo que se veía alterado por su impacto. La ira divina tenía muchas maneras de manifestarse, podía ser en forma de rayo, relámpago, fuego, volcán o terremotos y estos fenómenos tras ser analizados e interpretados por los sacerdotes, daban inicio a una serie de rituales con orígenes que se remontaban a épocas arcaicas y que servían para aplacar la cólera de sus dioses. 
 
 
Como he comentado anteriormente, el rayo que caía sobre una superficie no sólo alteraba los materiales que tocaba sino todo lo que quedaba cerca de su impacto. De esa forma, los sacerdotes enterraban todos los elementos en un sarcófago o bajo pesadas losas de mármol, con las iniciales FCS, acrónimo de la frase "Fulgur Conditum Summanium" o lo que es lo mismo "Yace enterrado un rayo summano". Tras enterrar los objetos, se procedía al sacrificio de una oveja bidental, es decir un cordero joven de dos dientes, ocupando sus huesos un espacio en el mismo enterramiento.
Estas fosas quedaban sepultadas bajo varios metros de tierra, con ello se pretendía salvaguardar el poder del dios evitando que la zona quedara expuesta a ser tocada o pisada.
 
 

Hércules Mastai Righetti

 
Y, ¿cómo sabemos tales cosas?, os preguntaréis. Si bien es cierto que hay alguna referencia clásica en cuanto a los libros fulgurales, lo cierto es que el descubrimiento de la estatua dorada de Hércules en el año 1864, durante unos trabajos de restauración en una villa romana en el Campo dei Fiori, sentó un precedente del estudio de este tipo de enterramientos. 
 
Imagen CC Amadscientist
 
La localización de unas grandes losas de mármol con las iniciales FCS dejaron al descubierto la magnífica estatua dorada de Hércules. Hallada en posición horizontal y completa, asido a su maza y a la piel del león, dejó maravillados a los arqueólogos y especialmente al papa Pío IX, que finalmente consiguió que formara parte de la colección vaticana, donde actualmente está expuesta tras las últimas restauraciones del 2023.
Sobretodo, fue clarificador entender la importancia de estos ritos en el mundo romano. Si éstos del s.I al III fueron capaces de enterrar la lujosa y valiosa estatua de casi cuatro metros cubriéndola con más de tres metros de tierra, es porque realmente el impacto del rayo atemorizaba e infundía temor.
 
Imagen CC Giovanni Dall'Orto
 
Porque así eran los romanos, de extremos opuestos; capaces de lo mejor y lo peor, de ser una de las civilizaciones más pragmáticas a convertirse en ciudadanos temerosos y supersticiosos. Podían levantar un puente con la agudeza de su ingenio y a la vez consultar a adivinos para que proclamaran maldiciones en una tablilla metálica que luego enterraban. No era antagónico ni contradictorio para ellos, simplemente abrazaban la practicidad y el misticismo con la misma intensidad.
 
Mireia Gallego
Octubre 2024
 
 

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